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Del Neoliberalismo al ¿Neo-Feudalismo?


Durante más de cuarenta años, el neoliberalismo fue el sistema operativo del mundo. Redujo el papel del Estado, glorificó la eficiencia, desmanteló lo común y trasladó el poder a los mercados. Bajo su lógica, todo se podía optimizar, tercerizar y monetizar. El comercio internacional era el nuevo evangelio, y los tratados multilaterales, su liturgia. La globalización no era una teoría, era el día a día.

 

Pero algo se quebró. Primero fueron las protestas del 2008 tras la crisis financiera. Luego llegó el Brexit, las polémicas elecciones en Estados Unidos y Europa, la pandemia del 2020, el conflicto Israel - Palestina y la Guerra Rusia - Ucrania. Finalmente, el ascenso de la inteligencia artificial, el colapso ambiental y el fracaso de los organismos multilaterales terminaron por confirmar lo inevitable: el neoliberalismo ha muerto, y con él, el viejo orden mundial.

 

Sin embargo, el vacío no permanece mucho tiempo. Y lo que emerge no es una nueva globalización ni una nueva modernidad. Lo que emerge es algo más primitivo, más tribal, más fragmentado. Lo que emerge es un nuevo feudalismo.

 

1.     El fin del mundo plano

 

El neoliberalismo prometía un mundo plano, sin fronteras ni muros, donde lo más eficiente era lo más justo. Pero ese mundo fue una ilusión para unos pocos y una pesadilla para muchos. Las cadenas globales de valor explotaron trabajadores, vaciaron comunidades locales, y colocaron el poder en manos de gigantes sin rostro.

 

Hoy, en cambio, el mundo se reconfigura sobre la desconfianza, la autodefensa y la localización estratégica. Los países se replegan. Las empresas ya no piensan en lo barato, sino en lo cercano y confiable. Las personas ya no creen en verdades globales, sino en micro-narrativas a las que juran lealtad.

 

El mundo plano se convirtió en un mundo de colinas, castillos y fronteras simbólicas. Y eso es el nuevo feudalismo.

 

2.      ¿Qué es el neo-feudalismo?

 

No es un regreso a los castillos medievales, sino una reorganización del poder en estructuras descentralizadas, donde las grandes plataformas, regiones, marcas y tribus digitales se convierten en los nuevos señores feudales.

 

Neo-feudalismo político: Los Estados Nación pierden control. El poder real se encuentra en ciudades-región, en bloques o en redes de influencia privada.

 

Neo-feudalismo económico: Los ultrarricos ya no compiten con otros empresarios, compiten con Estados. Pueden negociar con gobiernos como si fueran un país. Mueven los mercados con una carta. No rinden cuentas ante el pueblo, sino ante accionistas invisibles.

 

Neo-feudalismo digital: Vivimos, amamos y trabajamos dentro de plataformas privadas. Tienen más jurisdicción sobre nuestras vidas que muchas constituciones. Sus algoritmos deciden lo que vemos, creemos y deseamos. No tenemos ciudadanía digital, tenemos servidumbre de datos.

 

Y el nuevo vasallaje: Las personas, ante la pérdida de comunidad y certidumbre, buscan pertenencia. Y la encuentran en marcas, tribus, influencers o ideologías. Juran lealtad emocional a algo que les dé sentido. No votan cada seis años, “siguen” cada día. No confían en instituciones, confían en identidades.

 

3.     La agenda espacial del neo-feudalismo

 

La conquista de territorios ya no es solo terrestre. El nuevo feudalismo tiene también ambiciones orbitales. Las grandes empresas espaciales no son solo empresas: son el primer intento de crear un feudo extraplanetario. Ya se ha dicho: se quiere colonizar Marte. Pero el fondo de este gesto no es exploración, es una soberanía privada.

 

Las guerras del futuro se librarán por órbita, recursos y control satelital. El espacio no será un bien común, será un nuevo tablero de poder, donde los feudos más avanzados —Estados, corporaciones o alianzas simbólicas— pelearán por esa supremacía.

 

4.     De Panamá a Groenlandia: ¿Un gran feudo?

 

En este nuevo mundo, la lógica ya no es ideológica sino geoeconómica. Los bloques funcionales reemplazan a las alianzas políticas. Y el mayor de todos —de Panamá a Groenlandia— es la idea de una nueva Norteamérica.

 

Más que un tratado comercial, es un corredor de poder continental que concentra energía, agua, alimentos, tecnología, creatividad, defensa y cultura. Pero su potencial aún no ha sido comprendido como civilización compartida.

 

En un mundo fracturado, Norteamérica puede ser el gran feudo regenerativo, una alianza de propósito, no solo de intereses. La clave será construirlo desde la visión, no desde la dependencia. Desde la cooperación, no desde la sumisión. Desde lo simbólico, no desde la burocracia.

 

5.     Lo que viene: Fragmentación con propósito

 

La pregunta ya no es quién domina el mundo, sino cómo se organiza el mundo sin un centro común. El nuevo mapa no se traza por tratados, sino por frecuencias simbólicas. Por eso, el liderazgo ya no se mide en PIB, sino en visión, coherencia y propósito compartido.

 

Y ahí está la oportunidad: construir alianzas simbólicas, micro-soberanías conscientes, y bloques regionales con visión propia. Norteamérica, por ejemplo, puede convertirse no en un bloque económico frío, sino en un proyecto de civilización: libre, creativo, regenerativo, basado en el valor humano y no solo en la mercancía.

 

Conclusión: Diseñar el futuro, no obedecer el pasado

 

El neoliberalismo quería que todos fuéramos iguales: consumidores eficientes en un mercado sin alma. El neo-feudalismo, en cambio, nos recuerda que el poder siempre se reorganiza. La pregunta es si vamos a ser súbditos o arquitectos.

 

Si entendemos las nuevas reglas del juego —y dejamos de añorar un orden que ya colapsó—, podremos diseñar nuevas formas de prosperidad, pertenencia y propósito. El futuro no será global ni nacional: será fractal, simbólico y ferozmente humano.

 

La historia no terminó. Solo cambió de castillo.

 
 
 

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