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El poder de las marcas país: Estados Unidos, México, Canadá y el destino llamado Norteamérica

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En un mundo hiperconectado, las naciones ya no solo compiten con tratados, ejércitos o PIB: compiten con narrativas. La forma en que un país se proyecta al mundo —su cultura, su liderazgo, su propósito— define su capacidad de atraer inversión, turismo, talento e influencia. Esa proyección tiene nombre: marca país. Y su poder es inmenso.


Una marca país no es un logotipo ni un eslogan turístico. Es una percepción profunda, muchas veces inconsciente, que se activa en segundos al escuchar el nombre de una nación. Es la mezcla de historia, reputación, productos, personas e ideas que hacen que un país sea deseable, confiable, admirable… o todo lo contrario.


Según el ranking 2023 del Nation Brands Index de Brand Finance, Estados Unidos lidera la lista como la marca país más valiosa del mundo, con un valor estimado de USD $26.5 billones. Su narrativa de libertad, innovación, entretenimiento, tecnología y poder geopolítico ha consolidado una imagen robusta a pesar de sus tensiones internas. Hollywood, Silicon Valley, Harvard, la NBA y la Casa Blanca son activos simbólicos que construyen una narrativa clara: la del país donde todo puede pasar.


Canadá, en la posición 5 de ese mismo ranking, mantiene una marca país valorada en USD $2.6 billones, y es percibido como un país con alto nivel de confianza institucional, estabilidad democrática y compromiso con el medio ambiente. En el Soft Power Index 2024, Canadá aparece en el top 10 global por su imagen de respeto, inclusión y calidad de vida. Su bandera no impone: inspira.


México, en contraste, se encuentra en el puesto 19 de Brand Finance, con una marca país valorada en USD $1.6 billones. Aunque se reconoce su liderazgo en turismo, gastronomía y cultura, su percepción internacional sigue fuertemente asociada a la inseguridad. En el Global Soft Power Index, México ocupa el lugar 35, detrás de países con menor PIB o proyección cultural, lo cual evidencia la brecha entre su riqueza simbólica real y su imagen global actual.


Y sin embargo, en medio de esas tres identidades nacionales, existe un vacío. Un concepto que aún no ha sido contado con claridad: la marca destino de Norteamérica.


Porque Norteamérica no es solo un tratado de libre comercio o una delimitación geográfica. Es un bloque estratégico con valores compartidos: libertad, diversidad, innovación y resiliencia. Un mercado de más de 500 millones de personas, que representa el 28 % del PIB global y el 16 % del comercio mundial, con una red logística, energética y tecnológica cada vez más interdependiente. Y, sin embargo, su identidad compartida no ha sido construida. Ni en el plano simbólico, ni en el emocional.


¿Qué podría ser la marca destino de Norteamérica?


No una fusión de banderas ni un híbrido turístico. Sino una visión compartida del futuro: un territorio donde la libertad se respira, donde la diversidad no divide sino fortalece, donde la innovación se pone al servicio de las personas y donde los sueños aún tienen permiso para crecer.


Una marca destino que no compita con Europa, Asia o América Latina, sino que proponga un nuevo modelo civilizatorio: regenerativo, democrático, vanguardista y profundamente humano.


Una marca que hable no solo de lo que somos, sino de lo que podemos llegar a ser.


Estados Unidos aporta la narrativa del liderazgo.

Canadá, la del equilibrio.

México, la del alma.


Juntas, esas fuerzas pueden construir la marca de un continente:

el destino donde el futuro quiere vivir.

 
 
 

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