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El próximo G20 debería ser en el espacio

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“Space is hard. Todos los países deben contar con una estrategia espacial”, afirmó Clay Mowry, presidente de la Asociación Americana de Aeronáutica y Astronáutica (AIAA) y de la Federación Internacional de Astronáutica (IAF). Su advertencia no fue técnica ni ceremonial: fue una llamada de atención civilizatoria. Porque quien domine el espacio, dominará el destino.


Vivimos un momento único. Los satélites han dejado de ser solo herramientas de observación o comunicación: hoy son nodos críticos en una red planetaria de datos. Recursos antes inalcanzables —desde el helio-3 en la Luna hasta metales raros en asteroides— prometen redefinir industrias energéticas, tecnológicas y médicas. Y la Estación Espacial Internacional ha probado, durante más de dos décadas, que más allá de fronteras e ideologías, la cooperación en la órbita es posible, tangible y poderosa. Neil Armstrong dijo alguna vez que al pisar la Luna “todos los hombres son hermanos”. Esa fraternidad, allá arriba, se ha traducido en alianzas, protocolos y misiones que desafiaron la lógica clásica del poder.


Hoy, las veinte economías que conforman el G20 tienen, sin excepción, una agencia espacial —NASA, ESA, Roscosmos, CNSA, JAXA, ISRO, por mencionar algunas— o bien participan activamente en consorcios internacionales. Sin embargo, sus agendas siguen fragmentadas: mientras algunos priorizan la exploración científica, otros se enfocan en la comercialización de servicios orbitales, y otros más, en construir un andamiaje diplomático para regular el uso pacífico del cosmos.


Tres vectores ya definen la era espacial: la exploración (misiones a Marte, telescopios en puntos Lagrange, laboratorios orbitales), el comercio (constelaciones satelitales, turismo suborbital, minería de asteroides) y la diplomacia (tratados sobre recursos lunares, normativas de tráfico orbital, acuerdos de protección planetaria). Cada país avanza en alguna de estas dimensiones, pero lo hace, en gran medida, por separado.


En 2030, la Estación Espacial Internacional concluirá sus operaciones y será desorbitada en 2031. Con ello, terminará también un capítulo de cooperación interestatal que ha estado sostenido, desde 1967, por el Tratado del Espacio Exterior. Ese vacío no será solo simbólico: será una grieta que puede llenarse de colaboración… o de competencia.


¿Qué mejor momento para elevar la mirada y proponer un nuevo marco global que una cumbre del G20 en clave espacial? No para discutir aranceles, deuda ni inflación, sino para acordar la gobernanza de colonias lunares, la regulación de la minería en asteroides o la respuesta conjunta ante amenazas cósmicas.


Un G20 Espacial sería mucho más que un gesto simbólico. Sería una apuesta estratégica. El lugar donde podrían establecerse marcos jurídicos para proteger la biosfera lunar, distribuir de forma equitativa los beneficios de los recursos extraterrestres, definir criterios de interoperabilidad entre estaciones privadas como Axiom Station o Tiangong, y diseñar protocolos compartidos ante meteoritos, tormentas solares o basura orbital que amenacen la infraestructura crítica de toda la humanidad.


Pero no basta con reunir jefes de Estado. La hoja de ruta que necesitamos exige nuevas inteligencias: la cuántica, para simular en microsegundos trayectorias orbitales complejas; la artificial, para gestionar miles de sensores en tiempo real; y la ecosistémica, que surja de la colaboración entre gobiernos, universidades, empresas emergentes y consorcios globales. Solo así podremos anticipar estaciones automatizadas en la Luna antes de enviar tripulación humana, o diseñar sondas que viajen sin fricción hacia los polos marcianos.


Desde Seúl y Ottawa hasta Abu Dhabi, París, Nueva Delhi o Houston, las agencias espaciales están dando forma al futuro: satélites de observación climática en Tailandia, plataformas de lanzamiento en México, módulos habitacionales en Corea del Sur. Este mosaico de iniciativas necesita un centro de gravedad. Un foro que coordine financiamiento, talento, tecnología y propósito. Y que transforme misiones aisladas en visión compartida.


Proponer un G20 Espacial no es ciencia ficción. Es una necesidad política, tecnológica y ética. Porque la próxima gran decisión de la humanidad no será cómo competir mejor en la Tierra, sino cómo convivir mejor fuera de ella. Y porque la carrera espacial del siglo XXI no será de banderas ni de trofeos, sino de cooperación radical: la única vía hacia una verdadera economía de la abundancia.


Si queremos evitar repetir en la órbita los errores de los bloques terrestres, necesitamos crear desde otra altura. No basta con conquistar el espacio. Hay que diseñar sus reglas. Porque allá arriba no hay fronteras. Solo posibilidades. Y la más urgente… es la de construir juntos.

 
 
 

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