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War Is Coming?

Updated: 18 hours ago



“Fede, nos estamos preparando para la gran guerra.” Aquellas palabras, susurradas en una cena en Washington por un viejo amigo de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, me estremecieron. No reveló secretos de Estado, sino que dejó que el lenguaje más elocuente de todos —el dinero— hablara por él. En un año atípico, restaurantes desiertos, redadas de personal federal y el cierre de oficinas revelaban un trasfondo de creciente ansiedad.


El puente hacia esa realidad se construye con cifras: la propuesta de presupuesto federal de EE. UU. para 2025 reserva 1 billón de dólares en gasto militar —una cifra sin precedentes en tiempos de paz— mientras recorta 880 mil millones a Medicaid y reduce en 44 % los fondos de los CDC. De ese total, 28 400 millones se destinan a sistemas antimisiles y 33 700 millones a capacidades espaciales, todo acompañado de un rediseño operativo que transfiere un 18 % del músculo del Ejército hacia la Fuerza Aérea y la Marina. “Follow the money”, me recordaron: estos recortes y trasvases dibujan un país que reorienta su aparato militar hacia un eventual choque sistémico con China.


Europa, en espejo, reorganiza sus prioridades. Bajo el nuevo fondo conjunto SAFE, la Unión Europea proyecta alcanzar un gasto defensivo de 536 mil millones de dólares en 2025, lo que representa un incremento de +45.6 % respecto a 2024. Este viraje se apoya en una flexibilización fiscal sin precedentes y busca reducir su dependencia tecnológica y militar de EE. UU. A la par, defiende programas como Horizon Europe y Erasmus+, no por caridad, sino para mantener su ventaja en innovación y cohesión social frente a un futuro cada vez más volátil.


China, por su parte, adopta una estrategia híbrida. Para 2025, su presupuesto oficial de defensa asciende a 249 mil millones de dólares, pero estimaciones más amplias lo sitúan entre 330 mil y 450 mil millones, si se incluyen gastos extrapresupuestarios. Esto implica un crecimiento proyectado de entre +5 % y +43 % respecto al año anterior. Simultáneamente, su déficit fiscal alcanza el 4 % del PIB, canalizado a ciencia, tecnología, defensa y salud pública. El ejército chino no solo crece, sino que se transforma: invierte en drones, ciberarmas, misiles hipersónicos y sistemas autónomos. El mensaje es claro: se prepara para una guerra que ya no será convencional.


Y Rusia no se queda atrás. Con un presupuesto de defensa proyectado en 145 mil millones de dólares para 2025 —lo que equivale al 7.5 % de su PIB y un 32.5 % del gasto público total—, Moscú duplica su apuesta militar. Aunque en dólares el incremento parece modesto frente a otras potencias, en términos reales representa un crecimiento del +22 % respecto a 2024. En medio de sanciones, presión económica y guerra prolongada en Ucrania, Rusia ha decidido priorizar el gasto bélico por encima de casi cualquier otro rubro estatal. No es expansión, es supervivencia con dientes.


En este tablero global, cada superpotencia mueve sus piezas con precisión quirúrgica: EE. UU. consolida su supremacía naval y aérea, Europa acelera su autonomía estratégica, China combina músculo tecnológico con doctrina asimétrica, y Rusia sobrevive militarizando su presupuesto. Nadie anuncia con trompeta el inicio de una guerra, pero los presupuestos revelan una pugna sistémica. La defensa antimisiles ya no es un complemento: es infraestructura crítica. La automatización naval no compite con diplomacia climática: la sustituye. El control de la cadena de suministro se ha vuelto un acto de guerra económica.


La gran paradoja es que, en un mundo hiperconectado, la confrontación total arriesga el colapso de las propias economías. La interdependencia entre EE. UU. y China —más de 700 mil millones de dólares en comercio bilateral— genera una tensión inédita: ambos saben que una guerra tradicional sería suicida. Pero también comprenden que cualquier chispa —un incidente en el estrecho de Taiwán, un apagón digital, un sabotaje logístico— podría activar un ciclo de represalias irreversibles.


La conclusión de mis interlocutores es, al mismo tiempo, prudente y urgente: esto no es una inevitabilidad, sino una advertencia. Las alianzas comerciales, las cadenas de confianza, las redes de innovación pueden mitigar la escalada. Pero los recientes aranceles, las declaraciones incendiarias y los presupuestos en expansión revelan un hecho incómodo: el siglo XXI será definido no solo por la tecnología que desarrollemos, sino por la capacidad que tengamos para no usarla como arma.


“War Is Coming?” me pregunté al terminar esa semana. La verdad es que no podemos estar seguros. Hoy, la guerra ya no se declara: se despliega en etapas, se infiltra en chips, en tarifas, en datos. Pero sí sabemos algo: hemos entrado en una nueva era de competencia extrema. Y en este escenario, la inteligencia, la diplomacia y la cooperación económica son nuestras últimas reservas de paz… antes de que el mundo se convierta en un cementerio de ambiciones incontenidas.

 
 
 

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