Arte y Cultura: los hilos invisibles que unen a Norteamérica
- Emilia Rico
- Sep 8
- 4 min read

Las naciones se unen con relatos, lazos artísticos e imágenes compartidas. En Norteamérica, la pintura y la literatura han funcionado como hilos invisibles que tejen un imaginario común, recordándonos que la cultura puede ser aún más poderosa que la política para crear un sentido de comunidad e inspiración creativa.
En los inicios de esta revolución, en Estados Unidos, la primera gran ruptura llegó con la voz de Walt Whitman, que en el siglo XIX gritó en Leaves of Grass (1855) que la democracia podía ser poesía y que un continente entero podía imaginarse como vasto, libre y compartido. Profundizó en la individualidad, la naturaleza y la celebración de América. Después, el arte visual empujó a Georgia O’Keeffe a convertir pétalos de flores y paisajes de Nuevo México en símbolos del modernismo americano. Mientras, Pollock y Rothko abrieron la puerta a lo abstracto, demostrando que el lienzo podía ser caos, emoción pura, campos de color que hablaban sin decir tanto.
Más tarde, Helen Frankenthaler llevaría el expresionismo a un territorio aún más experimental. Utilizando la técnica Soak-Stain, creó obras translúcidas y espontáneamente fluidas. La literatura siguió ese mismo pulso: Ernest Hemingway inventó un lenguaje minimalista y sutil para narrar la crudeza del siglo, mostrando únicamente la punta del iceberg de un dolor comunitario. Jorge Luis Borges haciendo referencia a los textos de Hemingway, dijo “los escritores estadounidenses han hecho de la brutalidad una virtud literaria” (Abdala, 1999). Finalmente, Toni Morrison nos obligó a mirar de frente la herencia racial de Estados Unidos, reflexionando que el concepto de unión sólo es posible si incluye todas las memorias.

En México, el bullicio creativo desbordó la curiosidad y llevó al arte y a la cultura a posicionarse mundialmente. Diego Rivera y José Clemente Orozco pintaron muros que se convirtieron en actos de unión nacional. Manifiestos de justicia, mestizaje y comunidad que trascendieron fronteras. Por su parte, Kahlo transformaba el dolor y la intimidad en surrealismo. Los sueños oníricos y excentricidades que se respiran en México, en un latente influjo expresionista.
En ese mismo contexto, María Izquierdo rompió esquemas enfrentándose a un sistema artístico “reservado a los maestros varones”. Su obra, apasionada por el color —que describía como “es lo que más siento y lo que más me emociona de todas las cosas que existen”— abrió camino para las futuras mujeres artistas (1942).

Mientras tanto, la literatura acompañó esa revolución: Juan Rulfo con Pedro Páramo (1955) mostró un pueblo de fantasmas que todavía habla, Octavio Paz reflexionó sobre la esencia del ser mexicano, proyectándola hacia un horizonte de alcance universal, y en la voz contemporánea de Brenda Navarro resuena un eco más crítico, que conecta la experiencia mexicana con debates globales sobre violencia, género y pertenencia.
En Canadá, el Group of Seven fue un colectivo de pintores que tomaron el paisajismo como su primer lienzo disruptivo, la naturaleza como un lenguaje común. Por su parte, Emily Carr interpretaba en el ámbito viéndose profundamente inspirada por los indígenas de la Costa Noroeste del Pacífico, creando un vínculo entre territorios y memorias.
Más adelante, Jean-Paul Riopelle llevó a Canadá al mapa artístico con su calidad escultórica y pinturas abstractas que incluían el mosaico. En paralelo, las letras tejieron un camino más contemporáneo: Margaret Atwood con The Handmaid’s Tale (1985) continuó con el posicionamiento del feminismo, explorando la opresión, el control del poder y la resistencia de las mujeres. Finalmente, Michael Ondaatje narró desde la herida y la belleza en El paciente inglés (1992), donde plasmó que el tiempo, el lugar y la muerte son irrelevantes para la conexión humana.
El arte y la cultura han sido mucho más que expresiones estéticas: han sido herramientas de cohesión, lenguajes compartidos y espejos que permiten a las sociedades verse y transformarse. En Norteamérica, cada mural, novela o poema ha funcionado como un puente simbólico que une historias colectivas con aspiraciones comunes. La curiosidad creativa, e incluso la pérdida de la cordura frente a lo establecido, ha impulsado a artistas y escritores a romper moldes y proponer nuevos horizontes. La pintura ha convertido paredes en manifiestos políticos y la literatura, en naciones habitadas por voces múltiples. Todo para diseñar el rumbo de una misma región.
Así, Norteamérica tiene en sus manos la posibilidad de consolidarse no solo como potencia económica, sino como un referente cultural y creativo global. El reto es preguntarnos: ¿qué nuevos relatos queremos imaginar para el futuro? El siglo XXI podría abrir paso a narrativas digitales, transfronterizas y de conciencia social que fortalezcan la unión regional. Porque al final, lo que una sociedad imagina es lo que termina construyendo.
Referencias
Abdala, V. (1999). Estilo: Borges y Hemingway. Página/12. https://www.pagina12.com.ar/1999/99-07/99-07-02/pag29.htm
Deffebach, Nancy, Graziani, Rosamaría, & Deffebach, Nancy. (2018). María Izquierdo: arte puro y mexicanidad. Co-herencia, 15(29), 13-36. https://doi.org/10.17230/co-herencia.15.29.1
Geis, T. (2005). Viernes de Dolores [Pintura de María Izquierdo]. Arte Moderno de México. Colección Andrés Blaisten. México: Universidad Nacional Autónoma de México. https://museoblaisten.com/Obra/2073/Viernes-de-Dolores
Guggenheim Bilbao. (2025). Helen Frankenthaler: Pintura sin reglas [Exposición]. https://www.guggenheim-bilbao.eus/exposiciones/helen-frankenthaler-pintura-sin-reglas
Izquierdo, M. (1942). Judson Briggs. Hoy, (255), 50.




Brutal! Poco nos ponemos a pensar en el patrimonio compartido que tenemos en Norte America. Legado con vitalidad y fuerza! Gran articulo:)